En el libro “Historia de la inteligencia” Marcelo Rodríguez realiza un recorrido histórico que, a partir de una cronología ligada a diferentes autores, vislumbra la conformación de un concepto epistemológico de la inteligencia. Y este último vale más por su surgimiento frente a obstáculos de una época que por su descripción en relación a hechos históricos en forma aislada.

Dicho de este modo, el concepto de inteligencia solo cobra valor por su relación a las políticas que operaron, ya sea en la antigüedad como en nuestra época, en las doctrinas imperantes (filosóficas, religiosas, etc.).

Se puede percibir, a lo largo del recorrido del libro, a Marcelo Rodríguez proponiendo, no sin ironía, y “entre líneas”, una lectura de la inteligencia que no nos permite precipitarnos a afirmar que, allí, se ocupa de la inteligencia pluralizada (plurales usos de la misma); lo que deja entrever lo serializado del planteo.

Uno de los rasgos distintivos del libro es la diferencia entre un saber y un conocimiento. El “entre líneas”, como intelección que Rodríguez propone, parece articularse a un saber donde la inteligencia se caracteriza esencialmente por elegir, dejando claro, por el contrario, que la tecnología no conlleva un tipo de saber que permita tal acto. Algo se concluye al respecto: si hay uso habrá falla, porque hasta la más perfecta tecnología dejará de serlo cuando aparezca un usuario.

En relación a lo planteado, puede captarse una ética alejada de cierto utilitarismo: que las tecnologías no pueden garantizar sobre lo humano (ya que si equivocar cuesta, eso también puede tener valor de mercado).

Entendemos que la posición de Marcelo Rodríguez se dirige al siguiente planteo: en la forma humana solo puede haber cálculos parciales, o bien apuestas “necesarias”, y por ello nos preguntamos junto a él: ¿Qué significa vivir inteligentemente?