Desde épocas coloniales, el cargo de gobernador de Córdoba era decidido por las autoridades de España, bajo diferentes denominaciones. A partir de 1810, lo hicieron las juntas o directorios, desde Buenos Aires.

Fueran mandatos estables, interinatos o intervenciones breves, las designaciones eran resueltas siempre desde la Corona o desde el Puerto.

Pero el 31 de marzo de 1815, nuestro Cabildo elige a su gobernador mediante decisión autónoma de sus miembros. En este primer acto de soberanía provincial, asume el teniente coronel José Javier Díaz, hombre fuerte en la política provincial por su poderío económico y su jerarquía militar, obtenida por su participación durante las Invasiones Inglesas.

Ya desde antes de esa designación, era el hombre de reserva ante reemplazos, ausencias o acefalías en el Ejecutivo, hasta que asumiera un nuevo titular, luego de lo cual retomaba su función de militar o de cabildante.

Un factor decisivo para la designación de Díaz como gobernador fue el artiguismo –visto como disolvente desde Buenos Aires–, ya que por influencia del propio José Gervasio Artigas y anuencia del Cabildo local, se hace cesar en la Gobernación al delegado del Directorio, general Francisco Ortiz de Ocampo.

Díaz es consecuente en enviar delegados al congreso artiguista, en 1815, en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, donde Juan Pablo Bulnes actúa como dilecto intermediario.

Desde el vamos, explicita la intención de unirse con las provincias del Litoral y hacer respetar sus autonomías políticas. Todo lo contrario de lo que se suele endilgar a nuestra provincia, aún hoy, de ostentar un carácter aislacionista o feudal.

Aquella alianza, aunque breve, fue simbolizada con el gesto de Díaz de hacer fabricar una espada de obsequio para Artigas, con la leyenda “De Córdoba al Protector de los Pueblos Libres”, hecho recordado en la reciente asunción de Tabaré Vázquez como presidente de Uruguay, e ignorado por los actuales revisionistas “oficialistas” desde Buenos Aires.

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