El bibliotecario está leyendo a Terzaga

“Cierto es que los hábitos literarios pueden caer, muchas veces, en el puro remedo o en el estéril alejamiento respecto a la vida, pero este defecto no es nunca imputable a la índole de la literatura, sino a quienes hacen de ella semejante uso. En tales casos, la literatura y el libro, aunque lleguen a constituir toda la preocupación de las llamadas “gentes de letras”, carecen de necesidad auténtica, porque son una cáscara o una máscara, pero nunca entonces una expresión. La posibilidad de utilizar la letra para no decir nada, es tan sólo un juego, y poco duradero, en la historia de las culturas, pues la letra fue creada, precisamente, para transmitir una vida, que sólo a través de ella puede ser aprehendida, y no hay escritura ni libro que, como en el cuento de Hoffman, no pueden decirlo todo…”. (Terzaga, 1970, 30).

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