Conferencia De la Naturaleza con forma humana al hombre tecniforme

Las primeras herramientas intelectuales con las que la Humanidad pensó a la Naturaleza no nacieron directamente de la contemplación de los fenómenos que se buscaba comprender, sino en la proyección de las propias relaciones sociales sobre el ominoso mundo de las cosas y de las fuerzas a las que no se podía dominar. La Naturaleza se convirtió así en una metáfora de la vida social. Hoy, en cambio, pareciera que vemos en la tecnología y los objetos que construye como el espejo que más acabadamente muestra lo que somos y más aún, lo que queremos ser. ¿Es posible rastrear lo que ocurrió en el medio, o acaso ya hemos perdido la pista
Marcelo Rodríguez. Escritor y periodista nacido en 1971 en Buenos Aires. Graduado en la Licenciatura en Periodismo en 1998 en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, trabajó permanentemente desde entonces en diversos medios gráficos y digitales, especializándose en temas médicos y científicos. Hoy colabora habitualmente en Futuro, suplemento de Ciencia del diario Página/12, edita un servicio de noticias sobre salud para diversos diarios del país y produce contenidos de divulgación científica en forma freelance. Publicó la novela En la ciudad de Las Artes (Eco Ediciones, 2006) y los ensayos narrativos Historia de la Salud. Relatos sobre el cuerpo, la medicina y la enfermedad en Occidente (Capital Intelectual, 2011), y dentro de la misma colección, Historia de la Inteligencia. Neuronas, computadoras y el fin de la sabiduría, de reciente aparición.

Fecha
12 de Abril de 2014
Hora: 9.30h

 

Imagen Fondo
Apertura realizada por el presidente de la Fundación Salto: Lic. Javier Bolaños
Jay David Bolter (presidente de medios del Instituto Tecnológico de Georgia) dice  en 1984, en el libro El hombre de Turing (un libro que pretende mostrar la influencia de la computación en la cultura occidental), lo siguiente: “la mismísima estructura de la CPU y los lenguajes empleados para programar le recuerdan [al hombre occidental] que debe proceder dando un paso cada vez y que un número finito de pasos produce un resultado útil”. Dicha frase parece representar el buen modo en que se puede arribar a algún sitio válido.
Sin embargo, si nos ocupamos del “hablante-ser”, se presenta un inconveniente (con este término, “hablante-ser”, que tomo de Jacques Lacan, voy a referirme al ser humano, pero destacando que el acto mismo de hablar le brinda, a dicho ser, su estructura esencial), justamente porque habla es que, frecuentemente, se desorienta. La razón de ello es simple: no puede decir y sancionar lo que dice al mismo tiempo (no depende todo de él).
Para los que sepan, y los que no, quisiera comentarles que La Fundación Salto (conformada en su mayoría por practicantes de psicoanálisis) se asienta en Córdoba estableciendo como objeto de trabajo la tensión entre la salud mental y el trabajo de lo mental. ¿Para qué instaurar esa tensión? Para interrogar la relación, ya naturalizada (incluso ya dicha), entre los términos salud y mental. Es que dicha relación, a nuestro entender, representa, como primera medida, un problema.
Desde hace algunos años, han comenzado a ocuparse de los temas de salud mental ciertos especialistas: matemáticos y físicos. Por ejemplo Marvin Minsky (informático y matemático, cofundador del Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnológico de Massachusetts), o Roger Penrose (físico y catedrático emérito de la Universidad de Oxford, destacado especialista en teoría de la relatividad general), buscan, cada uno a su manera, encontrar repuestas que le permitan planificar el modo más exacto de utilizar los recursos de la mente humana.
A veces tiendo a pensar que el psicoanálisis, a partir de Lacan, se parece más a la matemática que a las disciplinas del campo “psi” (como la psiquiatría o la psicología, por ejemplo), pues trabaja, como las primeras, principalmente con cifras y no con hechos, conductas o interpretaciones. Pero una de las consecuencias fundamentales de nuestro trabajo lleva a plantear que, por más que la cifra sea un elemento esencial para nuestra operación, ella no se articula a otra cifra, sino que, primero (y esto nos separa también de la matemática), afecta la vida de alguien. Allí se plantea un obstáculo para la exactitud. Pues ¿cómo medir eso?, el alguien. Y luego, ¿cómo operar sobre él? Tal vez haya que comenzar a plantearse si ser exacto es necesario para ser preciso.
El “hablante-ser” sufre, padece de lo mental (ojo, no dije que sufre de la mente; separar la mente de lo mental es una de las tareas a las que nos estamos abocando en la fundación), y su dificultad se acrecienta al intentar establecer, para salir de allí, alguna relación o, más bien, algún lazo liberador. Pero al hacerlo solo concluye por establecer una relación con un objeto, como decía Freud, “perdido” (en tanto pretende, a partir de dicho objeto, a partir de eso que espera del otro, reencontrar una satisfacción que es vivida como extraviada). Comprenderán que si uno busca, o se relaciona, a partir de un modelo de solución que podríamos llamar “previo”, “anterior” (pues si a algo se lo espera es porque uno ya lo trae consigo), para hallar la salida de un acontecimiento presente, en términos productivos, esto resulta inútil. ¡Sin embargo sucede!, los consultorios están repletos de las batallas que se libran alrededor de esto.
Muchos dirán, tal vez, que si eso sucede es porque se padece algún tipo de trastorno mental. A ellos prefiero responderles con algo que dijo Jorge Orgaz en 1934 (J.O: médico cordobés, fue lector de Freud y rector de la UNC. Participó de la reforma del 18, propició la creación de la carrera de psicología en la UNC, fundó, junto con Caeiro, el Hospital Privado, y fue, tal vez, lo que es importante para nosotros, el primero que definió, en Córdoba, a lo mental como un problema): “El aporte de lo psíquico a lo patológico es tan abundante y categórico que aquí [en Cordoba] también se irá viendo cómo lo normal del hombre es patología y cómo su vida es enfermedad” (Escritos sobre Medicina, página 30).
Es en nuestra práctica que corroboramos, cada vez, que la naturaleza humana no es funcionalista. El “hablante-ser”, llamativamente, tiene una extraña manera de re-solver las cosas. Y digo Re Solver, separando los términos, porque me interesa subrayar que, como advirtió Freud y más tarde Lacan, es la repetición quien se presenta, una y otra vez, en el intento de hallar la solución a un determinado conflicto.