Ciclo de entrevistas: De letras y lectores. Entrevista a Juan Maldonado

Fundación Salto: Para usted, ¿Qué se lee en Córdoba?
Juan Maldonado: El acto de leer en el ser humano es una cuestión universal, o sea, la lectura es una posibilidad amplia. Ahora, dentro de esa amplitud, si podemos decir que hay una geografía que nos compete, si estamos en Córdoba podemos decir que esta ciudad tiene las paradojas de toda ciudad. No hay ciudad que no las tenga. Los grandes maestros de la escritura muchas veces nos enseñan a desconfiar de todo los sistemas, porque todos los sistemas encierran siempre una trampa, y, como decía Nietzsche, la condición del hombre es siempre tratar de salir de la trampa. De hecho, si yo digo leer en Córdoba estoy restando, no estoy sumando.
FS: Y en Córdoba cuál sería esa trampa, si la pudiéramos circunscribir.
JM: La trampa de Córdoba es la que se genera a partir de la historia, una idea de docta que viene viajando por el tiempo, a partir de que el primer poeta de este país es Cordobés: Luis de Tejeda. Entonces Córdoba, la docta, es una cosa que le impide a mucha gente leer, de otro modo, alejado de ese preconcepto, porque uno cree que sabe lo que realmente no sabe,  esa es una de las primeras cosas, en el origen.
FS: ¿Córdoba impide leer?
JM: No sería exacto responder de modo absoluto, estoy ensayando sobre un defecto. Fíjense ustedes. Hablar de un libro y no haberlo leído. Eso es básico de una condición. Sarmiento cuando escribe el Facundo, le dedica dos o tres páginas a Córdoba dice: “cultura de un claustro dentro de un claustro”. Esto es un encierro, esto es una trampa. Entonces la condición básica es salir de la trampa. Ustedes, supongamos como psicoanalistas, cuando llega un paciente a sus manos tienen una responsabilidad de darle la mayor libertad posible a ese individuo para que salga de su dificultad. Si no le damos un poquito de libertad, ese individuo no puede salir. No le puedo seguir poniendo hilos, sino que le tengo que sacar hilos. Bueno, eso es un proceso de construcción que deviene en algo macro, grande, que se llama cultura. La sumatoria de esas funciones individuales forman una cultura, los actos de leer individuales forman los lectores, los lectores que compran libros arman bibliotecas. Pero a partir de ahí, se arman también lecturas de contextos, o sea, hoy lo importante sería preguntar si una persona que yo estoy entrevistando lee libros, y si lee libros qué libros cree que son básicos para que estén en la biblioteca. Les puedo contar una anécdota, por ejemplo, un hombre que se llamaba Janus era amigo de Kafka, y este hombre lo visitaba porque sabía que Kafka era un tipo culto. Entonces él quería formarse un poco alrededor de Kafka y un día llega con un portafolios lleno de libros a mostrarle todos los que había comprado y cuando llega empieza a sacarlos, los pone en el escritorio y Kafka los empieza a revisar a todos. Los revisa uno por uno, los mira, la edición, los títulos, mira algunas cositas, y al rato deja la pila de libros sobre su escritorio y le dice al entrevistador que era su amigo, más joven que él, ¿usted piensa leerse todos estos libros? ¡Claro, los quiero leer a todos! Kafka le dice: Yo no haría tal cosa. Entonces lo mira sorprendido y le dice ¿por qué? Kafka responde: “esto es la distracción del momento, vaya hacia atrás. Lea los clásicos, vaya a Goethe”. Cuando uno lee hoy, por ejemplo, que en los años setenta usted entraba a una librería y veía toda la obra de Jean-Paul Sartre puesta en el piso, pilas de El ser y la nadaLos caminos de la libertad, La puta respetuosa. Todos los libros de Sartre que se leían como si fuera un libro de autoayuda. Bueno, hoy en día ese contexto está quebrado, a Sartre hoy no lo lee nadie y no voy a emitir un juicio de valor de si valdría o no valdría leerlo. Pero ya no se lo lee y entonces vamos para atrás ¿se lee la Divina Comedia?, ¿se lee Shakespeare?, ¿El Quijote?, ¿tragedias griegas? Mi hija me pregunta el otro día, ¿papá cuánto hace que no surge en el mundo un poeta que le de vuelta la cabeza al hombre? Y le digo que hace mucho, porque la última poeta importante que fue premio Nobel, Wislawa Szymborska, es una poeta de culto que no la lee nadie. No más de diez, quince, veinte, personas por ciudad en Argentina, y no sé si exagero. Entonces cada uno está como haciendo la lectura compartimentada del mundo.
Estudio antropología, leo antropología; ustedes estudian psicoanálisis, leen psicoanálisis, y si escribo poesía, leo poesía, si soy cordobés y escribo en Córdoba, leo poesía de Córdoba. Pero por qué no puedo leer poesía marroquí, por qué no puedo leer un poeta de Finlandia o un poeta ruso, australiano, peruano. Entonces uno dice ¿cuál es el tema de hoy?, ¿hay una caída en la lectura? No, yo digo que no, sino que se lee de otra manera. La pantalla, el celular, el televisor es una manera de leer el mundo y también se lo lee desde la calle, desde otra mirada.
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FS: En una entrevista que le hicieron para la revista Ciudad X, hace referencia a eso, cuando comenta que no teme por el futuro de los libros, sino por el del lector.
JM: Lo digo en un sentido peculiar, no es que el lector sea más importante que los libros o el libro que el lector. No estoy haciendo estudios de mercado, sino que me interesa mucho el lector y la calidad que nosotros le podamos dar a ese lector en tanto y en cuanto seamos exigentes entre todos. Esto no es cuestión de que una persona sea exigente, sino que seamos entre todos exigentes para valorar. Si tomamos un gran maestro, supongamos lo tomamos a Borges, como uno de los escritores significativos de la literatura Argentina del siglo XX, y uno dice qué nos aportó, qué nos dejó ese gran maestro de la escritura. Nos dejó básicamente un gesto importante, que siempre que abrimos uno de sus libros él está dirigiéndose a otro libro, siempre está mencionando a otro escritor, antes de ponerse él como el paradigma absoluto, lo pone al otro. Entonces qué pasa, esa distancia que es necesaria tener en consideración por el lector, que viene a esa página, es una de las cosas que entre todos tenemos que recuperar, consideración por el lector que va a una página, debe ser tratado como tal. El primer libro de Borges Fervor de Buenos Aires, tiene un prologuito y empieza: a quien leyere, estimado lector, que sea yo el autor de este libro, es una simple casualidad, podrías haber sido tú. O sea, esas mismas líneas las podrías haber escrito vos, o cualquiera, esa es la grandeza de la posibilidad para acercarlo al lector, no para expulsarlo, porque también puedo construir modos de expulsión.
FS: Claro. Hay una alusión al lector, se provoque este o no.
JM: Sí, pero generalmente si uno busca atraer al lector, está actuando como actúa el prestidigitador en un acto de magia. Cuando se lo hace a un niño, el prestidigitador, por ejemplo, está haciendo un movimiento de mano y el niño se fascina con ese movimiento de mano, porque no sabe qué le va a aparecer. Cuando uno toma un libro, y entra a una página, se fascina porque no sabe qué le va a aparecer, cuando hay un buen escritor. Sabe que es una historia, que a uno lo sumerge en un mundo del cual uno sale renovado, ese es el beneficio de la lectura.
FS: Es interesante eso, usted está diciendo que el que escribe, mediante un acto podría formar o hacer que alguien devenga lector, y en tanto lector, sale siendo otro. Sale distinto del que entró.
JM: Fíjense un escritor argentino llamado Julio Cortázar. Paradójicamente su apellido incluía la palabra azar y él fue alguien, de todos los escritores, que más puso el acento en su vida personal y en su escritura, en especular sobre mundos que reproducían a su vez otros mundos, que reproducían a su vez otros mundos. Él escribe un cuento que se llama “Las babas del diablo”, del cual Antonioni hizo una película Blow Up. En “Las babas del diablo” Cortázar escribe un mundo fascinante porque hay una dispersión amplísima, un gran panóptico, al decir de Foucault, que es una persona que mira desde un determinado lugar. Esa persona que mira, empieza en las primeras líneas del relato diciendo “¿cómo podría escribir esta historia en primera o tercera persona? En realidad el único que lo puede escribir soy yo porque estoy muerto”. Así empieza Cortázar “Las babas del diablo”; “estoy sentado en una nube, ahí pasa una paloma…”. Antonioni toma el texto y va a hacer Blow Up, y, cuando hace la película, desaparece la nube, el muerto, y la paloma, y aparece el observador, otro observador que es un tipo que está en un quinto piso en un departamento que está mirando una situación en un parque donde hay una mujer, etc. Y viene todo el cuento después. En el medio del relato, Cortázar, habla de un libro escrito por un autor chileno y el libro se trata sobre la alteración del orden democrático, el autor del libro tiene un apellido: Allende (que de paso significa lo que está más allá), el libro está escrito en los años cincuenta. Vamos a la paradoja del mundo real. ¿Se entiende? Cómo un tipo escribe, especula con el azar que reproduce situaciones en el mundo, y las situaciones que están dentro del cuento se reproducen en el mundo real veinte años más tarde. Salvador Allende es destituido y eso no sé si está en Antonioni, pero hay una paradoja parecida ¿cuál es? Hay un crimen de una fotógrafa, ¿se acuerdan del cuento?, y eso ¿tiene relación con lo otro? Y, no lo podemos saber, nunca lo podremos saber. ¿Cortázar pensó? No es para pensar eso, es simplemente una jugada de dados. Una jugada de dados, dice Mallarmé, no abolirá el azar. ¡Vieron qué bonito! Bueno, eso es el acto de leer.
FS: Sale, o no sale el lector.
JM: ¡Claro hombre! y así es todo. Entonces uno dice, los tres tomamos el mismo libro, ¿leemos el mismo libro? No, ya lo habían visto los hebreos cuando decían, tantas biblias como lectores hay. Eso es tradición del libro, por eso las bibliotecas son algo extraordinario para quien las ama, y algo que es un objeto inerte para quien no las toca. Les puedo contar varias cosas muy bonitas que pasaron acá. Un día yo tenía un ejemplar de Los cuatro cuartetos de Eliot, en edición de la editorial Crítica, Española. Yo era librero y editor, entonces. Llegó a la librería un tipo amigo mío, y me dice: che Juan, cómo tenés este libro con tierra. Y le digo: ah no te gusta, límpialo. Le traigo una gamuza y se pone a limpiarlo. Era un gran esteta mi amigo, y cuando lo deja limpio, le digo: bueno vamos a ver qué dice el autor de tu gesto. Abro el libro, un libro de poesía, y la primera línea decía: “más limpio que un espejo”. Esto se los cuento porque es un juego, y en los juegos puede o no haber una respuesta, y en este caso apareció una respuesta. Hay otros casos en que uno la busca y no la encuentra. El libro es eso, una posibilidad de encontrar una respuesta, es la maravilla del libro lo que más nos fascina. Nuestro motivo de vida es que un lector encuentre una respuesta que le calce, que le llegue bien.
FS: Respecto a eso, y en relación a una entrevista que salió en el diario La Nación, Ud. contaba sobre los inicios de Alción, y en un momento habla de formar al lector. ¿De qué se trata una formación del lector?
JM: Voy a insistir que formar al lector es que el lector reciba un libro, en un gesto de afecto de parte de la comunidad al lector. Hay que ganarlo con gestos amorosos, no se lo puede obligar, y las culturas, los estados, y, entre todos, debemos promover ese tipo de gestos, el afecto, como una primera instancia de acercamiento. Hace poco estuvimos en Buenos Aires presentando una revista y el director de la misma me había pedido que hable de mi experiencia publicándola, la revista Hablar de Poesía. Entonces yo empecé en el lugar en el que estábamos, una biblioteca preciosa en la Asociación de Cultura Francesa, y dije que lo primero que iba a hacer es desobedecer al director y hablar de lo que quiera porque, justamente es eso lo que tenemos que hacer en una entrevista. Hablar de lo que queremos, si queremos los libros vamos a hablar de libros. Entonces conté una historia sobre cuando empezamos la actividad editorial, y lo primero que hicimos fue partir de la más burda ignorancia. No teníamos idea de cómo se hacía un libro, pero queríamos hacerlo. Éramos dueños de una gran ignorancia pero también de un gran deseo. Entonces uno dice, bueno, combinando ambas cosas tomamos un tren a Buenos Aires con un amigo y nos inscribimos en la Dirección Nacional de Derechos de Autor. Elegimos un nombre para la editorial, firmamos como editores -por supuesto que no habíamos publicado nada- y ahí estábamos en Buenos Aires. Entonces dijimos: ¿Si le pedimos a Borges un prólogo para hacer un libro? Elegimos un libro. Bueno, pero ¿dónde vive Borges? No sé, preguntemos. ¿Cómo se soluciona el tema de la ignorancia?, preguntando. Entonces preguntamos y fuimos a la casa de Borges y le pedimos un prólogo. Empezamos nuestro peregrinaje, el tema era que había que ir a la casa de Borges y había que pedirle el prólogo, y no se lo pedimos una vez, se lo pedimos varias veces porque entre que se lo pedimos y lo pudo escribir pasó un tiempo. Nosotros fuimos cinco veces a su casa, y cada vez que íbamos hablábamos de otras cosas, en realidad él hablaba, nosotros escuchábamos, hasta que se produjo el momento que tenía que nacer el prólogo. El tiempo pasó y teníamos el prólogo hecho, pero no sabíamos cómo se armaba un libro. Era un libro de poesía, sí, pero cómo lo hacemos. Estábamos en la casa de mi amigo y agarré la obra poética de Borges, la abrí al azar, y encontré un poema cuyo título dice: “Poema”, y el subtítulo: Anverso. Lo leímos, doy vuelta la página y dice Reverso. Bien, cuál fue la cosa que me conmovió cuando conté esa historia, ahora, en Buenos Aires. Me di cuenta que habían pasado más de treinta años y recién la descubría, ese poema lo escribió Borges en el mismo momento que nos estaba haciendo el prólogo. Forma parte del libro Los conjurados, el último libro de poesía que escribió. Entonces uno dice ¡guau!, ¡qué raro!, nos hizo un prólogo, nos abrió la puerta, y después en su obra poética nos enseñó cómo se armaba un libro. ¿Se entiende? Todo esto para cualquier persona que se fije en los detalles de cómo se arma un proceso, todo estaba armado allí. Todo proceso se arma a partir de un deseo que se persigue, ya sabemos lo que le pasa después al deseo consumado, ese es otro cantar, y va por otro lado. Para eso está el libro de Deleuze, Deseo y Placer.  El prólogo que nos hizo Borges fue para el libro de Leopoldo Lugones Romances del Río Seco, edición de lujo que ilustró Carlos Alonso, esta edición fue la cuna de nuestro aprendizaje editorial y se presentó en Córdoba el 13 de junio de 1984, en el Museo Caraffa.
FS: ¿Y eso cómo lo relaciona con la cuestión de la formación del lector?
JM: Bueno, es que el lector se tiene que formar justamente a partir de eso, de un deseo continuado. Nosotros tenemos que tratar de ver de qué manera alguien que inicia, que abre un libro, prosigue el gesto. Nosotros tenemos que ser los que sepamos eslabonar los gestos de los lectores. Hoy empiezo con un libro, mañana ¿con qué continúo?, ¿cómo continúo la formación frente al lector? ¿Por qué es importante que el lector construya un contexto de lectura? Porque los sistemas de conocimientos son eslabonados, no se puede aprender a decir mamá, papá, separadamente de la idea de madre y padre, ¿verdad? El lenguaje es una posibilidad del hombre, es un instrumento del hombre, nosotros no lo conocemos, es un problema nuestro, somos limitados. Somos limitados nosotros, no el lenguaje. El lenguaje todavía nos sigue esperando hasta que nosotros maduremos y tengamos esa capacidad para transmitir, en palabras, toda la riqueza y el afecto necesario para llevar a los otros hacia algún lugar. Ustedes han sido testigos hoy, en Argentina, de la banalidad frente a la pantalla cuando se estaba eligiendo presidente. Han visto de qué manera la banalidad hace su trabajo, un trabajo de militancia, un trabajo de empobrecimiento. Porque ahí lo que menos hay es afecto. Al no haber afecto ¿qué hay? Mentira. Les voy a contar una historia muy bonita, porque la historia de uno es contar la historia que nos dieron los libros. Alejo Carpentier estaba hablando de cómo surgían sus novelas, un día sale de Cuba, tenía que hacer un viaje a París, pero era largo. Entonces qué pasa, el avión hace la primera escala en la Isla Guadalupe. Van a un aeropuerto de cuarta, de morondanga, total entran y se bajan los tripulantes a comprar unas cositas, tomar un café, lo que fuere. Dice Carpentier: yo no soy supersticioso, pero sin embargo una mujer que estaba ahí compró una cosita muy fea, un pescadito embalsamado y lo metió en la cartera. Dice: ¡uhh! esto nos va a traer mala suerte. La cuestión es que suben al avión y cuando empieza a carretear para despegar, patinó, y se llevó por delante un montículo de tierra. Se le rompió una hélice. Entonces en ese tiempo se tuvo que quedar, y ellos tuvieron que ir a un hotel. Al día siguiente salió a recorrer la Isla Guadalupe y empezó la historia. Esa historia fue a parar a una novela, El siglo de las luces. Ahí descubrió toda la historia de un tipo que era un francés, que se llamó Victor Hugo, que armó toda una historia. Cuenta la historia de El siglo de las luces, a medida que él va contando en sus conferencias todas las historias, llega a una historia muy bonita. Dice que en el alto Orinoco hay una tribu de aborígenes que son los Piaraos, hombres altos, mansos, vigorosos, y que son muy difíciles de conquistar. Llegaron los españoles con sus prédicas y biblias, y no había caso. Un día cae un franciscano que empieza a perseguirlos llevándoles cosas y regalos. Regalaba cuadros y los aborígenes se los recibían de buena manera, pero ni siquiera los atendían. En una oportunidad le regalaron un cuadro con la representación del paraíso terrenal, Adán, Eva, la serpiente, pero no le daban bola. Entonces fue a hablar con el chamán y le dice, tengo una curiosidad ¿Por qué ustedes no aceptan, no creen en esto que les traigo? Y el chamán le dice: lo que pasa es que el que miente una vez, miente siempre. ¿Dónde se ha visto una serpiente que coma mango?, la manzana para ellos, es mango. De eso se trata el tema de una historia ¿por qué esa cultura es así?, ¿por qué se habló tanto de un modo de ser? El realismo mágico en América Latina. Por qué las personas hacemos lo que hacemos, pensamos como pensamos, leemos como leemos y votamos como votamos. Porque estamos eligiendo. Muchas veces uno dice, ¡pero caramba, qué estas eligiendo!, ¿esta basura vas a leer? Esta es la condición del hombre con la cual tenemos que trabajar.
FS: Cuando leímos aquella entrevista para el diario La Nación usted contaba cómo surge Alción en los años setenta. ¿Podría decirnos para qué está Alción hoy?
JM: Nosotros estamos hoy para servirles a los más jóvenes, o sea, estamos tratando de establecer un contacto entre los que ya han desarrollado una obra, los que nos estamos yendo, y los que llegan. Desde el punto de vista simbólico, lo ideal sería que Alción sea un puente para la formación de nuevos editores, y en ese sentido nosotros estamos trabajando acá en construir un foro de editores en donde participando, insisto, entre todos, generemos algo parecido a lo que se hizo en España de la bibliodiversidad. Es la construcción de un polo entre pequeños y medianos editores que reúne, por ejemplo en ese país, cincuenta y seis editores que alquilan un stand de 300 mts cubiertos para la feria del libro en Madrid. Estuvimos ahí, recorriéndolo, dialogando con ellos, visitamos la Biblioteca Nacional, la Casa del Libro, lugares donde circula gente que trabaja con el libro. Pero todavía uno no debe pensar, separadamente, de los poderes del mundo ¿Por qué? Porque apenas entramos en el primer diario, el acompañante nos dijo, bueno, esto es del grupo Prisa. Nos quedamos todos mirando, no sabíamos qué era el grupo Prisa, el grupo dueño de La voz del Interior, de Clarín, de La Nación. Uno cree que La Voz del Interior es de Córdoba, y Clarín argentino, y no tiene nada que ver con Argentina el grupo Prisa. Es el que tiene la plata, es como hacerles creer que el dueño del mundo es Cuba y no EEUU, y en EEUU el tesoro nacional es de capitales privados. Entonces eso hay que saberlo. Vivimos en un mundo que hay una aparente información, que en el fondo es lisa y llanamente desinformación. Conocen el libro Imposturas Intelectuales, es un libro de Alen SoKal, un físico norteamericano que escribe un día un artículo para la revista sobre ciencias sociales más importantes que hay en EEUU. Él tenía la idea de que hay mucha bibliografía con mucho macaneo, digamos, desde el psicoanálisis a las ciencias duras. Estudia la obra de Lacan, de Julia Kristeva, Derrida, varios de ellos, y manda un artículo en broma a esa revista, la más prestigiosa, y la revista lo publica. Envía luego una carta pidiendo disculpas, y dice que no lo hizo para hacerles daño, sino para que se vea que cualquier cosa que se diga envuelta en una determinada terminología puede ser tomada como que es válido. Ustedes han publicado, si lo leen bien, un artículo mío que es una broma, y ahora voy a publicar el libro Imposturas Intelectuales. Bueno, el libro se publicó por Paidós, y yo conocía la historia y compre algunos ejemplares para mi librería y lo puse en la vidriera, un día llegan un psicoanalista que venía de Francia y un filósofo de Córdoba y acá viene la historia del libro no leído. Se ponen a conversar y aparece en la conversación el libro Imposturas Intelectuales, y el filósofo de Córdoba le dice al psicoanalista francés “sí, pero no estoy de acuerdo con lo que dice de Foucault” y el psicoanalista lo mira, y le dice: “al único que no menciona Sokal en su libro es a Foucault”. Uno dice, que vergüenza no había leído el libro. Eso no se debe hacer porque no se puede hablar de lo que no se ha leído, sino leemos, bueno, debemos hacer silencio o al menos no hablar de ese tema. Además hay gente que puede ser lectora extraordinaria que no quiere leer autores determinados por una razón estricta. Por ejemplo Elías Canetti no quiso leer, jamás, ni a Aristóteles ni a Hegel porque ambos habían hecho uso y abuso de la razón, que, según él, habían generado con ese abuso un sinfín de dificultades al hombre, que es la construcción de los sistemas que uno intenta abolir desde algún determinado lugar.
FS: Le hacemos la última pregunta, que estaba pensada como primera. ¿Qué es para usted editar?
JM: Un trabajo de una responsabilidad, grande porque, en realidad, al principio, uno empieza como jugando, como con todas las cosas. Después uno se da cuenta de que los libros tienen su importancia, su peso, y la importancia y el peso es un trabajo que de última puede ser maravilloso, en tanto y en cuanto, a uno le guste el trabajo que hace. En ese sentido creo que editar un libro es una cosa que produce un placer increíble, pero además, uno siente que forma parte de algo, así como un testimonio de tiempo, en un lugar determinado y en una sociedad determinada. Cuando uno aporta con su trabajo algo más que puede llegar a quedar en la memoria de la gente entonces sí, está esa posibilidad de crecer. Esto lo planteó Píndaro hace ya 2.500 años. Una tarde estaba escribiendo, sería un sábado a la tarde, pasaban sus amigos, y le dijeron: vamos a jugar a divertirnos. Él respondió que no, vayan ustedes, yo estoy escribiendo. ¡Pero vamos!, insistieron sus amigos. No muchachos, vayan ustedes, total de ustedes nunca nadie se va a acordar, de mí a lo mejor, algún lector, alguna vez. Y aún leemos a Píndaro. El trabajo de la escritura, del editor, del libro, es un trabajo de mucha gente. Está quien escribe, quien edita, el librero, la importancia de un buen librero. Cada uno es un eslabón, y finalmente el querido lector, porque sin él no existimos ninguno de los demás. Justamente con César Vargas un día discutíamos y decíamos, estamos mal porque estamos manejando al hombre por cifras. Sabemos que existen muchos hombres, pero no podemos hacer una feria del libro y pensar en cifras. Hay que pensar que si un lector leyó un libro, la feria está justificada. Con un solo lector está justificada, no importa cuánto. Si son muchos, tanto mejor, pero con uno ya está. Lo que queremos es que haya lectores de libros, masificar es el peligro porque ahí empezamos a perder la noción de lo que es el concepto, y en la masificación muchas veces uno sabe, García Márquez lo vio también, cuando comprobó que se habían vendido un millón y medio de ejemplares de Cien años de soledad decía: Sí, claro, pero lo importante es saber cuántos se leyeron. Sencillo, los vendí, gané plata. Pero, ¿me leyeron realmente?, ¿se vio lo que me interesaba, o alguien leyó mejor que lo que yo escribí? Eso es una cosa superior, alguien que leyendo a un autor, lo mejore.
Juan Carlos Maldonado nació en la ciudad de córdoba, en la casa de la escuela presidente roca, en el parque sarmiento, entonces internado de 400 alumnos donde su padre era director, un 5 de enero de 1947. Entre los años 1970 y 1974 estudió letras modernas en la UNC. En el año 1977 comenzó su actividad como librero independiente; en 1981 fundó Alción Editora la cual dirige desde entonces y, en su catálogo que supera los 2.000 títulos publicados, hay numerosas traducciones y una diversidad de colecciones que responden, básicamente, al espíritu de la editorial de perfil humanista. Es autor de cuentos, poemas y ensayos que permanecen inéditos, en su mayoría.