Ciclo de entrevistas: De letras y lectores. Entrevista a Federico Falco

FUNDACIÓN SALTO: A partir de tu último libro, desde el cual te consideran una figura de la llamada “nueva literatura cordobesa”, ¿qué considerás que tu literatura representa para ser llamada así?
FEDERICO FALCO: Supongo que es nombrarme, o ese considerarme de una determinada manera, tiene que con la presunción de que, a la hora de contar, mi mirada –y mi voz- se construyen a partir de una especie de tríodo: ser cordobés, escribir, ser más o menos joven. Es verdad que soy esas tres cosas, lo que no significa que necesariamente escriba desde esos lugares.
En todo caso, no suelo llevarme muy bien con las etiquetas. Considero que reducen, que simplifican un panorama que de por sí es mucho más basto y complejo. Córdoba, casi desde siempre, ha sido una ciudad atravesada por la cultura, por la escritura, pero también ha sido una ciudad de paso: gente de todo el país llega a Córdoba para estudiar. Algunos se quedan, otros se van. Eso hace que lo que literalmente se escribe en Córdoba, a lo mejor tenga raíces muy alejadas de la ciudad: autores como Fabio Martínez, escribiendo en Córdoba sobre el límite entre Salta y Bolivia; por ejemplo.
Hoy, además, pensar a una literatura exclusivamente desde lo local creo que es imposible. Desde la existencia de internet el nivel de circulación de los textos es mucho mayor y eso hace que, no necesariamente, al escribir en Córdoba uno esté leyendo la tradición cordobesa. Sino que tal vez esté leyendo a autores colombianos, o mexicanos, o uruguayos, todos igualados y con el mismo o similar acceso a todos los textos.
FS: En una entrevista que te hicieron para Infobae, en mayo de este año, hablas de una tendencia a narrar más apegado a lo local. ¿Qué implica ese tipo de narración?
FF: Creo que es una tendencia que se puede ver sobre todo entre los narradores que ahora tienen entre 30 y 40 años. La generación anterior, tal vez, estaba más marcada por una narración que partía de una determinada tesis, de una determinada idea, ya sea una postura estética, o una intervención –una forma de pensar- lo social y lo histórico desde la literatura. En esta generación, unas de las marcas más fuertes, (o por lo menos, una de las que yo veo, sin el más mínimo rigor académico, como simple lector) es la de la narración del paisaje de lo cercano, la necesitad de dar cuenta de ese paisaje, y –de alguna manera- darle un valor. En algunos autores, y de acuerdo a su biografía, ese paisaje será el del conourbano bonaerense –pienso en Incardona, en Oyola-, el del litoral, -Selva Almada, por ejemplo-, el paisaje cordobés o el de Bahía Blanca, o de donde sea. Y también, por supuesto, en algunos casos, será la narración del urbano, de la experiencia del vivir “en la gran ciudad”, como en Juan Terranova, o en Pedro Mairal o en Washington Cucurto, por mencionar algunos. A lo mejor esta tendencia tiene que ver con una cierta marca de la literatura de autoficción. En todo caso, la narración de ficción en esta generación no se caracteriza por la invención imaginaria de mundos o universos, sino más bien por la invención de sucesos, de tramas, que se ponen en juego en mundos que se podrían pensar como una especie de continuación del mundo en el que el autor se mueve. Aunque, por supuesto, esta no es más que una generalización grosso modo. Incluso de la obra de un mismo autor, muchas veces conviven un registro más realista con otro más ligado al fantástico o a la imaginación. Por ejemplo, tanto Terranova, (en El vampiro argentino), como Mairal (en El año del desierto), van mucho más allá del gesto de poner en lenguaje el mundo, para torsionarlo, imaginando ucronías y posibilidades que avanzan sobre lo fantástico o lo maravilloso.
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FS: En alguna entrevista también mencionás que a partir de la escritura podes crear un territorio propio. ¿De qué se trata eso y, además, crees que es posible articularlo a la pregunta anterior?
FF: Eso se dio, particularmente, en la escritura de este libro. El proceso se extendió durante bastante tiempo y, en el medio, por diferentes circunstancias, me mudé varias veces, cambié de ciudad, de país, viví en Córdoba, en Nueva York, en Madrid, en Buenos Aires y, durante tres meses, en una pequeña ciudad de Iowa. Y mientras tanto, regularmente volvía a Cabrera, al pueblo donde vive mi familia y pasé tiempo con ellos. La computadora, por supuesto, viajaba siempre conmigo, y en ella las carpetas con los archivos de estas historias. Así, poco a poco, el territorio de los cuentos se fue armando como una hibridación de todos esos territorios, tomando porciones de unos y de otros. Y, al mismo tiempo, paradójicamente, ese territorio híbrido se fue convirtiendo en el único territorio constante en medio de la itinerancia: un lugar al que volver o donde refugiarse donde todo lo otro era permanente cambio, una especie de “lugar seguro” o “sólido”.
FS: En otro lugar relatás que, por un lado, tu escritura estaba hecha de trozos, de partes, para finalmente ser reunida en una obra, y por otro lado, es el lector quien concluye la obra. ¿Es posible pensar una relación entre escritura y conclusión? ¿Cómo?
FF: Desde mi punto de vista, toda escritura, de ficción o no, es una instancia –o una búsqueda- de comunicación. En el caso de la escritura de ficción, esa comunicación suele ser diferida en el tiempo, pero siempre prevé un lector que se apropiará de la obra y le pondrá cara a los personajes y se imaginará los paisajes y subrayará tal o cual frase y decidirá quedarse con tal o cual interpretación del final. Esa es una de los aspectos más lindos de la literatura: cada uno se apropia del texto como puede y como quiere, las imágenes y los sentimientos que cada uno recorre en la lectura dependerán no sólo del texto, sino de sus propios aportes, de su historia de vida, de su lectura activa, de su imaginación.
La lectura “concluye” en el sentido que completa la escritura. Pero esa conclusión no es necesariamente una conclusión totalizadora y final, sino un aportar, completar, leer entre líneas, imaginar, con todos los aspectos positivos y fructíferos –de creación, de generación-, que eso implica. Por eso pienso la escritura más bien como una conversación a futuro, un diálogo en diferido.
Por otro lado, es cierto que para esa conversación a futuro sea posible, es necesario que el texto se vuelva público: obliga a suturar los trozos, a rellenar los baches, etc. Una especie de “adecentamiento” del texto con el que se ha convivido tanto tiempo en la intimidad, para poder entregarlo a imprenta. En mi caso, ese momento, el de enviar a imprenta, siempre tiene algo de mortuorio, de “conclusión” definitiva: publicar la palabra implica perder la palabra, no poder agregar más nada, no poder cambiar más nada y, además, -al compartirlo- perder ese mundo propio que, con el tiempo, uno fue creando y queriendo.
Pero esa es siempre una sensación pasajera. Cuando empiezan a llegar las respuestas de los lectores, las lecturas críticas, las apropiaciones que diferentes personas hacen del texto, entiendo que esa sensación de pérdida no era más que un ceder la palabra a otro, para que conteste, para que replique, para que se apropie, etc. Y muchas veces, es al escuchar esas réplicas y comentarios, donde se anclan las ideas para nuevos textos, nuevas conversaciones, nuevas escrituras.
Federico Falco nació en General Cabrera, Argentina, en 1977. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y realizó un Master en Escritura Creativa en Español en la Universidad de Nueva York. Publicó los libros de cuentos “222 patitos y otros cuentos”, “00”, “La hora de los monos” y “Un cementerio perfecto”. También el libro de poemas “Made in China” y la novela breve “Cielos de Córdoba”.
Ha recibido becas del Fondo Nacional de las Artes, la New York University y el Banco de Santander. Participó del International Writing Program de la Universidad de Iowa y en 2010 la revista Granta lo eligió para integrar su número dedicado a los mejores narradores en lengua española menores de 35 años.
Antologías de sus cuentos se han publicado en Chile y en Bolivia. También ha sido traducido al inglés, francés, italiano y japonés.