FS: En alguna entrevista también mencionás que a partir de la escritura podes crear un territorio propio. ¿De qué se trata eso y, además, crees que es posible articularlo a la pregunta anterior?
FF: Eso se dio, particularmente, en la escritura de este libro. El proceso se extendió durante bastante tiempo y, en el medio, por diferentes circunstancias, me mudé varias veces, cambié de ciudad, de país, viví en Córdoba, en Nueva York, en Madrid, en Buenos Aires y, durante tres meses, en una pequeña ciudad de Iowa. Y mientras tanto, regularmente volvía a Cabrera, al pueblo donde vive mi familia y pasé tiempo con ellos. La computadora, por supuesto, viajaba siempre conmigo, y en ella las carpetas con los archivos de estas historias. Así, poco a poco, el territorio de los cuentos se fue armando como una hibridación de todos esos territorios, tomando porciones de unos y de otros. Y, al mismo tiempo, paradójicamente, ese territorio híbrido se fue convirtiendo en el único territorio constante en medio de la itinerancia: un lugar al que volver o donde refugiarse donde todo lo otro era permanente cambio, una especie de “lugar seguro” o “sólido”.
FS: En otro lugar relatás que, por un lado, tu escritura estaba hecha de trozos, de partes, para finalmente ser reunida en una obra, y por otro lado, es el lector quien concluye la obra. ¿Es posible pensar una relación entre escritura y conclusión? ¿Cómo?
FF: Desde mi punto de vista, toda escritura, de ficción o no, es una instancia –o una búsqueda- de comunicación. En el caso de la escritura de ficción, esa comunicación suele ser diferida en el tiempo, pero siempre prevé un lector que se apropiará de la obra y le pondrá cara a los personajes y se imaginará los paisajes y subrayará tal o cual frase y decidirá quedarse con tal o cual interpretación del final. Esa es una de los aspectos más lindos de la literatura: cada uno se apropia del texto como puede y como quiere, las imágenes y los sentimientos que cada uno recorre en la lectura dependerán no sólo del texto, sino de sus propios aportes, de su historia de vida, de su lectura activa, de su imaginación.
La lectura “concluye” en el sentido que completa la escritura. Pero esa conclusión no es necesariamente una conclusión totalizadora y final, sino un aportar, completar, leer entre líneas, imaginar, con todos los aspectos positivos y fructíferos –de creación, de generación-, que eso implica. Por eso pienso la escritura más bien como una conversación a futuro, un diálogo en diferido.
Por otro lado, es cierto que para esa conversación a futuro sea posible, es necesario que el texto se vuelva público: obliga a suturar los trozos, a rellenar los baches, etc. Una especie de “adecentamiento” del texto con el que se ha convivido tanto tiempo en la intimidad, para poder entregarlo a imprenta. En mi caso, ese momento, el de enviar a imprenta, siempre tiene algo de mortuorio, de “conclusión” definitiva: publicar la palabra implica perder la palabra, no poder agregar más nada, no poder cambiar más nada y, además, -al compartirlo- perder ese mundo propio que, con el tiempo, uno fue creando y queriendo.
Pero esa es siempre una sensación pasajera. Cuando empiezan a llegar las respuestas de los lectores, las lecturas críticas, las apropiaciones que diferentes personas hacen del texto, entiendo que esa sensación de pérdida no era más que un ceder la palabra a otro, para que conteste, para que replique, para que se apropie, etc. Y muchas veces, es al escuchar esas réplicas y comentarios, donde se anclan las ideas para nuevos textos, nuevas conversaciones, nuevas escrituras.
Federico Falco nació en General Cabrera, Argentina, en 1977. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y realizó un Master en Escritura Creativa en Español en la Universidad de Nueva York. Publicó los libros de cuentos “222 patitos y otros cuentos”, “00”, “La hora de los monos” y “Un cementerio perfecto”. También el libro de poemas “Made in China” y la novela breve “Cielos de Córdoba”.
Ha recibido becas del Fondo Nacional de las Artes, la New York University y el Banco de Santander. Participó del International Writing Program de la Universidad de Iowa y en 2010 la revista Granta lo eligió para integrar su número dedicado a los mejores narradores en lengua española menores de 35 años.
Antologías de sus cuentos se han publicado en Chile y en Bolivia. También ha sido traducido al inglés, francés, italiano y japonés.