El bibliotecario está leyendo a François Cheng

“La percepción de los signos, en China, como unidades con vida propia se refuerza además porque cada ideograma es monosilábico e invariable, lo cual le confiere una autonomía, a la par que una gran movilidad en cuanto a la posibilidad de combinarse con otros ideogramas. La tradición poética china compara a menudo los veinte ideogramas que componen una cuarteta pentasilábica con veinte “sabios”. La personalidad de cada uno de ellos y su interrelación convierten el poema en un acto ritual o una escena, en que gestos y símbolos provocan siempre nuevos “sentidos”.

Este sistema de escritura -y la concepción del signo sobre la cual estriba- condicionaron en China un dilatado conjunto de prácticas significantes, entre las cuales se cuentan -además de la poesía- la caligrafía, la pintura, los mitos y, en cierta medida, la música. La influencia de un lenguaje concebido ya no como un sistema denotativo que “describe” el mundo, sino como una representación que organiza las relaciones y provoca los actos de significancia, es en ello decisiva”. (Cheng, 2007, 15-16).